miércoles, julio 06, 2005

Génesis de un Pirata


Este personaje que contempláis es Pirata, mi querido y felino compañero. Es muy pequeño, absolutamente negro y, como todos los gatos, interesado. Os contaré algunas cosas curiosas sobre Pirata, y sobre los gatos en general.

Él, y nadie más que él, fue quién determinó que yo pasara la primera noche en mi recién adquirido piso, que aunque aún le quedaban reformas por hacer, yo lo encontraba semihabitable. Y la historia es que ese mismo día, primer domingo de Feria de Abril del año 2001, el de la odisea de Kubrick, dábamos un paseo sin intenciones Julia y yo por la Plaza de la Alfalfa, famosa por ser el mercaillo de los animales. Perros, gatos, aves, anfibios, peces, etc. Casi todo lo que podáis imaginar que la gente lleva a vender o simplemente a exponer. Primero estuvimos viendo unos perritos que de lindos que eran, daban ganas de comérselos, pero al rato, pasamos por al lado de dos chicas que guardaban una caja de cartón donde medio dormían, medio jugaban 4 miniaturas de gatos, dos negros y dos pardos. Julia se agachó con esa expresión mezcla de lástima y amor maternal por uno de los pequeños animales. Curiosamente los dos cogimos a los dos negrillos, ella al macho y yo a la hembra. A los dos segundos de tenerlos en nuestras manos, pregunté si lo regalaban o los vendían, y a que precio.

Y por mil pesetas, nos llevamos a ese lindo y negro gatito macho, tan pequeño que podía dormir en la palma de mi mano, junto con todos los primeros cacharritos necesarios, léase cajón para la tierra, la tierra, una camita muy acolchadita, etc.

Desde aquel día he vivido yo con él y él conmigo, inseparables. Cuando tengo que salir de viaje lo dejo bien atendido, y cuando estoy currando todo el puto día, me acuerdo de la siesta que se tiene que estar pegando el cabrón al sol, por que eso sí, no hay nada más placentero para él que echarse largas siestas al sol. 19 horas de media dicen por ahí que duermen los gatos, aunque yo solo he podido constatar 17 en un día completo.

Recuerdo que una vez, cuando él era aun un cachorrillo, llegue a casa y me extraño que no saliera al paso. Siempre lo hacía, supongo que por el ruido. Me veía entrar, se rozaba un poco con mi pierna, yo lo acariciaba, y se largaba de nuevo. Ese día fue, creo recordar, el primero que no salió. Me extrañó, como digo, pero no le di más importancia. Hasta que pasado un buen rato, me doy cuenta que no ha aparecido desde que llegué, y eso si que era extraño. Así que decido empezar a buscarlo por todo el piso, el salón, las habitaciones, el baño, el lavadero, la cocina, pasillos, etc... Y vuelta a empezar, con esmero casi paranoico esta vez. La segunda vuelta tan infructuosa como la primera. Pirata no daba señales de vida. Para la tercera vuelta de reconocimiento, no podría dejar escapar ningún recoveco por recóndito que resultara, y a ello añadí palmas y gritos, para intentar asustar o sonsacar al felino. Así, que imagínense a un personaje dando gritos y palmas por dentro de los armarios y debajo de las camas y alfombras (si, alfombras también), hasta que, de repente, llego a escuchar un leve maullido de gatito asustado, pero muy leve, detrás mía, estando en mi dormitorio. Me di la vuelta, volví a mirar por debajo de la cama, y seguía sin ver nada. Volví a escuchar el maullido. Era un maullido de auxilio, sin duda. Pensé que quizás me estaba equivocando al mirar debajo de las camas, por lo que la deshice con cuidado, palpando tramo por tramo de cama que iba deshaciendo hasta que, por fin, a los pies de la cama, acurrucado entre los estratos de manta y cubrecamas, aparece aquel cresponcillo negro con ansia asesina por salir de aquel entramado en el que se había metido sin saber como, buscando cobijo contra el frío, y que no fue su perdición hasta que no despertó del profundo sueño que el calorcito de las mantas le proporcionaba.

En fin, este señor me da más cabreos que alegrías, y con el tiempo iré dando cuenta de algunos de los avatares más simpáticos e inesperados que mi convivencia con un gato llamado Pirata ha causado.
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