viernes, junio 24, 2005

Me deleito con la genial melodía creada por Henry Mancini, autor entre otras piezas para, por ejemplo, el guateque, desayuno con diamantes, Victor o Victoria y el Pájaro Espino, entre otras...

Se me pasa de todo por la cabeza, excepto una pantera rosa. Veo un salón enorme, enmoquetado en rojo pasión hasta media la altura de las mesas que pueblan la sala, el ir y venir de camareros enbobados (me refiero a la similitud entre estos y los pajaros bobos) de paño en brazo y brillante bandeja de plata en alto. La luz, tenue, la reparte una enorme lámpara con cientos de rombos de cristal vistiendo cientos de bombillas, ayudada muchas lamparas de pared algo más altas que una persona, dispuestas mesa si, mesa no, de bombillas pequeñas de luz pobre, rematado todo por las velas de las mesas. Le comentaba un señor a su concurrente, que era de buen gusto retirarse antes de que las velas consuman dos de sus tercios.

El salón está casi repleto, solo algunas mesas lejos de la entrada del público no están ocupadas por comensales. Todos los asistentes van elegantemente ataviados. Todos los hombres son apuestos, con trajes rayados, pañuelo en el bolsillo y brillantes zapatos negros, algunos con un fino mostacho, otros con patillas refinadas. Todas las mujeres y muchacas son bellas. La homogeneidad existente en los varones, se rompe decididamente en el apartado fenemino, pues si bien todas andan emperifolladas adecuadamente para la ocasión, la variedad en colores, cortes, vuelos y demás no obedece a regla alguna. Tonos pastel, largos negros, rojos encendidos, vestidos cortos y ligeros, complementos a juego y muchas joyas, de las que elevavan el estatus social con solo mirarlas.

Todos disfrutan de una agradable conversación con sus compañeros de mesa. Sólo una chica tiene anillo de casada, y efectivamente no se corresponde con su contertulio, el cual no porta valija alguna, aparte de un sello de oro con sus iniciales. Algunos señores, en apreciación los más experimentados, fumaban habanos, sólo algunos en soberanas pipas, mientras que los más jovenes se limitaban al cigarrillo sin filtro que andaba vendiendo la chica de los cigarrillos a la entrada de aquel lugar. Las chicas, las que fumaban, lo hacían a través de largos filtros que otorgaban distinción y glamour.

Un hombre se disculpa, se levanta de su silla y se dirige a la zona de los aseos, mientras en la entrada aparece una nueva pareja, cortada con la misma tijera que tantas que allí se daban cita, acompañados del maître, que alza la mano llamando a un camarero, el cual asiste para conducir a la recien llegada pareja a su mesa, una de las vacías del fondo. El mismo camarero, retira los abrigos y el sombrero del caballero, y avisa a un compañero, que enciende las dos velas blancas de la mesa. El caballero, retira la silla de su compañera y la invita al asiento, y concluye con un "Estas preciosa esta noche, querida", que arranca a la muchacha una sonrisa ruborizada de agradecimiento.

1 comentario:

Anónimo dijo...

tu estás más flipao que la ostia puta. No se a que viene esta historia, pero seguiré leyéndolas, porque no tengo otra cosa que hacer.... Bueno, si, estudiar